Arturo Berned enciende en Miami un «Pórtico de metal y luz»
Álgebra dentro de un «Pórtico de metal y luz»
El arte, como la vida, tiene su particular álgebra. Algo que podríamos llamar las matemáticas del afecto. Por eso los sentimientos generan espacios; lugares de encuentro. Y qué es la escultura sino álgebra, matemáticas, espacios y encuentros.
Trasladado a la existencia, todas esas características se agrupan en una familia. Al fin y al cabo no deja de ser una urdimbre de relaciones. Cada individuo genera un lugar, un espacio; a veces más lleno, otras, más vacío. Pero siempre habla con el otro, dialoga. Es la misma dinámica que guía a las obras de arte. Es el fruto, ineludible, de la expresión humana y, por lo tanto, también un diálogo con uno mismo y con los demás.
La escultura monumental Pórtico de metal y luz está concebida con tres piezas separadas y a la vez unidas. Alrededor de ellas interactúa la luz, el espacio y el tiempo. Y como nada existe hasta que no tiene un nombre, cada elemento de la obra vive con su propia nomenclatura: S, M, L.
Fijémonos, acerquémonos a la escultura. Sin prisas. Hay dos protagonistas: S y M. Las vemos algo inclinadas. Al igual que el mítico Caronte su misión es franquear el paso a la obra. Invitar al espectador a entrar, y no solo con la mirada. Poco importa la diferencia de espacio: más amplio en la parte superior y más limitado en la inferior. Es la reivindicación de una necesaria independencia. Da igual que, en verdad, solo sea un trampantojo. ¿Quién no necesita al otro? En el fondo saben que, al igual que en una familia, están unidos, para siempre, por hilos invisibles.
Pero no nos detengamos, pasemos dentro. Miremos, quietos, el espacio. El vínculo que describen S y M crea un lugar interior que es aprovechado por L, quien no duda en inclinarse hacia ellas. Todo es un ejercicio, en vano, de tocarse y abrazarse. Porque si alzamos la mirada veremos que el metal se repliega sobre sí mismo alejando cualquier posibilidad de pérdida o fuga.
Justo en ese momento, el álgebra encuentra su equilibrio. Las piezas danzan sin moverse una alrededor de la otra. El tiempo se detiene, y la vida pasa dentro de la familia. Esto sucede en un instante. Como si fuera un fogonazo de metal, luces y sombras.
Y, de repente, el álgebra empieza a contar sumando espacios de fuerte tensión: S+M, M+L, L+S; S+L+M. Todo gira de nuevo. Las relaciones se estrechan, los vínculos afloran, los lazos de sangre se renuevan y la vida, una vez más, se abre paso en la familia.
A la entrada del hogar, la escultura destella. La familia franquea el paso. Ya está abierto el pórtico que da la bienvenida a los invitados. Sí, por fin, la casa está encendida.